lunes, 24 de marzo de 2008

El Pais.REPORTAJE.Una Peña con buena onda

Bernal y su aura mágica atraen al turismo en el Estado mexicano de Querétaro

JUAN MANUEL VILLALOBOS 05/01/2008

De camino a la Sierra Gorda del estado de Querétaro, uno de los enclaves turísticos importantes de México, justo en el centro del país, a veces montañoso, a veces llano y alfombrado por diversas extensiones de viñedos, rodeada por una vegetación semidesértica en la que abundan los cactus -especialmente magueyes-, eucaliptos y árboles huizaches, se puede ver casi desde cualquier punto, si el día claro lo permite, la peña de Bernal, un monumental monolito de 350 metros de altura (2.510 metros sobre el nivel del mar), el tercero más alto del mundo tras el Peñón de Gibraltar y el Pan de Azúcar de Río de Janeiro (Ayers Rock, de Uluru, Australia, es el más ancho).


A los pies de esta gran piedra formada por lava solidificada de un volcán que se erosionó hace 65 millones de años, en el mismo lugar donde habitaron indígenas mesoamericanos, agrícolas y recolectores seminómadas de origen otomí-chichimeca, un grupo de 26 familias españolas fundaron en 1642 el pueblo de Bernal -de la etimología árabe: peñasco grande y alargado-, que atrae año tras año a miles de visitantes, entre ellos a escaladores -en su pared oriental, la peña cuenta con grapas de acero empotradas para facilitar su ascenso-, a buscadores de historias, a amantes de lo esotérico: Bernal tiene, como muchas zonas prehispánicas, su propia aura mágica, sus encantos ocultos, sus leyendas orales. Su pasado sagrado.

Considerado un centro energético positivo, como lo son las pirámides y los sitios ceremoniales de las áreas arqueológicas -hay en la base de la peña vestigios prehispánicos en los que se han encontrado pinturas rupestres, piezas de cerámica y enterramientos: posiblemente ofrendas-, el pueblo y sus alrededores reciben durante el equinoccio de la primavera a cerca de 40.000 personas.

Los rostros de los atlantes

"Con tres meses de antelación, todos los hoteles de la zona están completos... Es como un festival masivo; vienen desde muy lejos para cargarse de energía", dice el guía turístico Adán de la Cruz, quien al frente de un pequeño tranvía recorre las calles y relata la historia, aunque también la leyenda: otros vienen para buscar en las sombras que emite la roca, durante la puesta del sol, la aparición de rostros de atlantes como los de la zona arqueológica de Tula (ubicada en el estado de Hidalgo).

Bernal, propuesta para ser declarada Area Natural Protegida e ingresar tal vez en la lista de los sitios Patrimonio Cultural de la Humanidad de la Unesco, tiene a su vez ese aire campirano y colonial que le da, sin duda, un toque de autenticidad: calles limpias y en cuesta, un mercado de artesanías, dulces de leche, artículos de lana, piedras semipreciosas, una variada gastronomía, casas del siglo XVI adaptadas como hoteles o restaurantes, y una antigua cárcel, hoy restaurada y convertida en centro cultural, donde antaño "se mostraban los delincuentes a todos los fieles" que acudían, enfrente de la plaza principal, a la misa dominical en la parroquia de San Sebastián.

A escasos kilómetros de la peña, rumbo al norte, en el municipio de Ezequiel Montes, se encuentra Cadereyta, un pueblo adoquinado, paternalmente cuidado y un poco solitario, como si por él hubiese pasado la Revolución y enseguida se hubiese marchado por respeto a lo inhóspito o al simple calor del verano, rodeado de palmeras, yucas y alcatraces que sirven como antesala de su verdadero tesoro: la Quinta Fernando Schmoll, el invernadero más grande del mundo en reproducción de cactus a base de semillas, fundado precisamente cuando la Revolución Mexicana se consumó, en 1920.

Atendida por la cuarta generación de la familia fundadora, un matrimonio alemán afincado en México, La Quinta preserva, tanto para venta como para reproducción, una flora desértica de 4.200 especies, entre cactáceas (planta desértica con espinas, originaria de América, que puede soportar muchos años sin agua y crece un centímetro por año), suculentas (planta con hojas, púas y tallos carnosos donde almacena el agua, de origen variado y crecimiento pausado) y euforbias (planta africana que despide una sustancia lechosa tóxica, pero medicinal), algunas de ellas, especies protegidas como el cactus cephalocereus senilii, también conocido como viejito mexicano por su recubrimiento de pelusa blanca.

"Lo que hacemos es preservar los cactus, estudiarlos, reproducirlos, para ayudar a su conservación (...) Que estén o dejen de estar de moda, no es un asunto nuestro", dice el gerente Enrique Wagner, en referencia al auge comercial de otras plantas como las orquídeas o planta de Madagascar, en detrimento de los cactus que han dado fama mundial al desierto mexicano.

Visualmente asombroso

En auge o en declive comercial, lo cierto es que basta una mirada atenta para descubrir aquí un mundo original y único visualmente asombroso; vistos en hilera, en pequeñas formaciones, uno detrás de otro, los cactus se revelan como pequeños rascacielos.

De vuelta por la carretera que conduce a Cadereyta, en pleno corazón de la zona vinícola del municipio, se encuentra la representación catalana en México de las Cavas Freixenet, un área de alrededor de 200 hectáreas de viñedos, y en donde se ofrecen, además de visitas guiadas, festivales de comida, de música y de artesanía. Pero si de artesanía se trata, aquí también se ubica una de las cunas de la cestería mexicana; tan famosa por su mimbre como por sus aguas termales, el pueblo de Tequisquiapan no es sólo un lugar de retiro, sino un centro turístico que sintetiza la belleza colonial de la zona.

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