lunes, 24 de marzo de 2008

El Pais REPORTAJE: EL REY, PERSONAJE DEL AÑO

JOAQUÍN PRIETO 30/12/2007

Las turbulencias de la política española han afectado al Rey en este año de 2007. Herido por las quemas de fotos y las acusaciones de avalar al Gobierno con su silencio, solo frente a los ataques, el Monarca salió a defender personalmente los servicios prestados por la institución para hacer posibles las reglas de juego de la democracia, tras la renuncia a los poderes con los que él comenzó a reinar. Nadie sabe cuándo se producirá la sucesión, pero no hay duda de su consejo a don Felipe: atenerse a la Constitución.

Lo cuenta una persona que conoce bien al Rey:

-Don Juan Carlos lo ha pasado mal en estos meses. Sigue siendo el tío encantador de siempre, pero...

El próximo sábado, 5 de enero, cumplirá 70 años. Lleva 32 como rey de España, y también te puedes cansar de ser rey. La mayoría de los españoles le identifica como uno de los símbolos de la transición y el hombre que paró el golpe de Estado de 1981. Sin embargo, para la generación que no vivió el franquismo -ni el aislamiento de España en Europa-, la transición empieza a sonar a batallita casi tan lejana como la II República. Si todo puede moverse, por qué no la Corona.

Quién iba a pensar en una caricatura pícara, grosera si se quiere, como desencadenante de la crisis. El senador Iñaki Anasagasti (PNV) lanzó otra de sus diatribas contra la familia real, a la que describió como "pandilla de vagos", a los que no se puede tocar "ni con el pétalo de una rosa". El 13 de septiembre se inició la quema de fotos del Monarca en algunas ciudades catalanas. Y Esquerra Republicana de Catalunya intentó retirar al Rey el mando de las Fuerzas Armadas, a través de una iniciativa finalmente fracasada en el Senado.

Por la brecha abierta se lanzaron adversarios más tenaces. La derecha ultracatólica llevaba tiempo a la espera de un gesto del Monarca en contra de la negociación con ETA, tras haber sugerido -sin éxito- que el Rey no debía sancionar la ley del matrimonio entre homosexuales. En septiembre pasado, desde la cadena de radio episcopal (Cope) se exigió la abdicación de don Juan Carlos, en medio del discurso habitual de la radio de la Iglesia acerca de la gravísima crisis en que dice que vive España. Esta vez el Monarca fue acusado también de no apoyar el militantismo de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT).

Para don Juan Carlos, el peligro venía menos de los jóvenes republicanos que quemaban su foto que de la posibilidad de ver arrastrada a la Corona en la virulenta lucha entre el Partido Popular y el Socialista. Sobre todo por la cercanía del tiempo electoral. La Monarquía continúa siendo la institución más valorada por los españoles y don Juan Carlos sigue siendo plebiscitado por las encuestas. Pero el Rey se aplicó a colmatar la brecha, herido por la acusación de avalar una política, en este caso la del jefe del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, lo cual cuestiona el eje de toda su vida: enraizar la Monarquía como una institución que respeta las reglas de juego trazadas por la Constitución.

El Rey salió a defender personalmente el balance de la Corona, con una primera intervención pública -reiterada en alusiones posteriores- en la que reivindicó los tres decenios de crecimiento y estabilidad vividos por España "en el marco de la Monarquía parlamentaria". Porque lo que el Rey defiende es el porvenir de las reglas del juego, no de un jugador en concreto. Las encuestas muestran, en cualquier caso, que su espontáneo "¿por qué no te callas?", espetado al jefe del Estado venezolano, Hugo Chávez, es lo que más ha robustecido la popularidad de don Juan Carlos. Esta frase de impacto planetario ha sido recogida por la revista Time como una de las 10 mejores perlas de 2007.

Personas que exigen confidencialidad indican que la situación planteada ha podido afectar a los planes del Rey, que nunca se curva ante las dificultades, según alguien próximo a él:

-Hace 9 o 10 años le oí al Rey que le gustaría retirarse a los 70. En aquella época podía pensar en la posibilidad de marcharse a la costa cuando lo dejara. El mar es una de sus grandes aficiones. Ahora, esa idea parece más difícil. Creo que se inclina por seguir con las botas puestas.

José Luis Rodríguez Zapatero no reaccionó visiblemente en defensa del Rey. Las relaciones del Monarca con el líder del PP, Mariano Rajoy, tampoco parecen especialmente calurosas. Uno de los visitantes de La Zarzuela le ha visto afectado:

-Le he notado dolorido por su soledad. No comprende los ataques recibidos, es como si dijera: ¿pero qué les he hecho yo? Él considera que su reinado ha sido muy fructífero desde el punto de vista de las libertades y que tendría derecho a mayor agradecimiento.

La soledad no es un sentimiento extraño a don Juan Carlos. Comenzó a experimentarlo cuando pisó por primera vez el territorio de España, en noviembre de 1948. Todavía no había cumplido 11 años el día en que un tren le depositó, medio muerto de frío, en la discreta estación madrileña de Villaverde. A cubierto de falangistas radicales, pero custodiado por provectos personajes que colocaron al nieto de Alfonso XIII bajo el "ordeno y mando" generalísimo. Su padre, don Juan de Borbón, no había tenido más remedio que pactar con Franco la educación del hijo, para lo cual se organizó un colegio con ocho niños, todos de la nobleza menos uno (José Luis Leal), en la finca madrileña de Las Jarillas.

Franco vetó la educación universitaria del entonces príncipe Juan Carlos en Bolonia o Lovaina e impuso su paso por las Academias Militares, antes de acudir a la universidad (la española, por supuesto). Al poco de casarse en Atenas, en 1962, el príncipe hubo de tomar la primera gran decisión de su vida: quedarse en la España gobernada por el dictador en vez de volver junto a su padre en Portugal, como príncipe de Asturias en el exilio. Su suegro, el rey Pablo de Grecia (padre de la reina doña Sofía) le aconsejó que siguiera viviendo en España si quería tener derecho a la Corona. Un consejo similar al de Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, persona afectivamente muy próxima a don Juan Carlos hasta su fallecimiento.

Todavía pasaron muchas cosas antes de la proclamación como Rey, incluidas las maniobras para situar a Alfonso de Borbón -marido de la nieta mayor de Franco- como un competidor por la sucesión. Qué tiempos tan olvidados, los del poder absoluto de un dictador que podía permitirse el lujo de escoger a quien le diera la gana entre una terna de Borbones: don Juan de Borbón, don Juan Carlos de Borbón o Alfonso de Borbón, para sucederle a él como jefe de un Estado donde no se permitía más actividad política que la de los grupos encuadrados en el Movimiento Nacional.

Fueron años de espera hasta la designación de don Juan Carlos como sucesor de Franco "a título de rey", en 1969. El dictador murió el 20 de noviembre de 1975, y don Juan Carlos fue proclamado Rey el día 22 de ese mes, cuando aún no había cumplido los 38 años. La soledad, de nuevo: vigilado por los franquistas; ninguneado por el jefe del Gobierno, Carlos Arias, y menospreciado por la oposición de izquierda (mantenida en la ilegalidad), que veía en don Juan Carlos a un continuador del régimen y reclamaba la ruptura.

En 1976, el Rey puso en marcha la mayor de sus decisiones históricas: romper el compromiso con las instituciones de la dictadura y utilizar los poderes heredados para promover una democracia. Hay datos sobre la temprana determinación de don Juan Carlos, desde antes de la muerte de Franco. Por ejemplo, el que aporta Jaime Carvajal -presidente de la empresa Ericsson España y de la sociedad Advent-, que hasta 2003 permaneció a la cabeza de Ford España:

-Henry Ford tomó la decisión de instalar una planta en España en 1973. A mucha gente le pareció arriesgado, porque había incertidumbre sobre lo que iba a pasar. A mí me explicó que, para él, fue definitiva una reunión con el entonces príncipe Juan Carlos, en la que le dijo que España iba a ser una democracia y que iba a formar parte de la Comunidad Europea. "Una España democrática dentro de Europa me convenció para invertir", explicó Ford.

-¿Y por qué a Ford le interesaba tanto la democracia?

-Él tenía claro que en los países democráticos las cosas pueden ir mejor o peor, pero que los riesgos de inestabilidad son menores. Y además, el príncipe quería integrar a España en Europa, lo cual era fundamental, porque una Europa con las puertas cerradas a los productos de Almussafes podría ser una inversión desastrosa.

No menos arriesgada fue la apuesta del Rey por Adolfo Suárez como jefe del Gobierno. Porque aparecía como un personaje de segunda fila en el régimen anterior y carecía de credenciales democráticas. El empresario Jaime Carvajal explica hasta qué punto don Juan Carlos sorprendió a sus íntimos con la designación de Suárez, sólo cinco años mayor que él, en una estructura institucional que aún era bastante gerontocrática:

-El Rey tenía un plan desde muchísimo antes de ser proclamado. Heredó de don Juan, su padre, la idea de que la Monarquía, o era de todos los españoles, o no era nada. La decisión de desmontar el régimen anterior no la comunicó prácticamente a nadie antes de ser rey. A mí me pareció fatal la designación de Adolfo Suárez porque no le conocía y, como mucha gente que estaba alrededor del Rey, esperábamos la aparición de una figura democrática con credibilidad. Suárez no la tenía entonces, la adquirió después, y sin duda con gran mérito. El Rey quería empezar con una hoja en blanco. Fue un éxito.

¿Por qué Suárez? La versión más extendida sostiene que se trató de un empeño de Torcuato Fernández Miranda, que había sido preceptor del príncipe y a quien éste, ya rey, situó al frente de las Cortes y del Consejo del Reino. La familia de Adolfo Suárez, depositaria de sus documentos y de sus confidencias, matiza esa versión. A partir del primer encuentro, a principios de 1969, entre don Juan Carlos y Adolfo Suárez -entonces gobernador civil de Segovia- se abrió un canal de comunicación entre los dos y empezó a fraguar una profunda amistad, llevada con la mayor de las reservas.

Uno de los papeles preparados por Suárez en ese tiempo era una especie de hoja de ruta que le entregó al entonces príncipe Juan Carlos, con cuatro o cinco enunciados de propuestas a realizar en el futuro. Lo cuenta Adolfo Suárez Illana, primogénito del ex presidente:

-Después de ese primer encuentro, mi padre pasó del Gobierno Civil de Segovia a la Dirección General de RTVE, donde se ocupó de popularizar la figura de don Juan Carlos y de impedir iniciativas como la de retransmitir la boda entre la nieta mayor de Franco y Alfonso de Borbón. De haberse televisado esa boda por la primera cadena, como se proyectaba, habría dado la impresión de que éste era el candidato a la Corona mejor colocado.

Cuando se anunció la designación de Suárez como jefe del Ejecutivo (julio de 1976), el Rey le recibió en La Zarzuela. Según el hijo del ex presidente del Gobierno, en esa primera audiencia "el Rey sacó aquella hoja de ruta para la democracia que años antes le había entregado mi padre, con el enunciado de las cuatro o cinco cosas que convenía llevar a cabo. Y el Rey le dijo: 'Adolfo, ha llegado el momento de que hagamos lo que tú habías dicho".

Las grandes tareas a las que el presidente Suárez se entregó -amnistía, reforma política, legalización de los partidos, supresión de las jurisdicciones de excepción, organización de las primeras elecciones libres (junio de 1977)- fueron el fruto de la decisión de un rey dotado de plenos poderes. Era un monarca soberano. Precisamente dejó de serlo al promulgar la Constitución de 1978, que él también votó, en la que se reconoce la soberanía del pueblo y se atribuyen al Rey facultades muy tasadas: arbitraje y moderación de las instituciones, mando de las Fuerzas Armadas (colocando la política militar y la Administración militar en manos del Gobierno) y promulgación de las disposiciones legales y decretos, firmados por un miembro del Gobierno o cargo electo responsable de ellas. Para Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, "renunciar al poder absoluto que había heredado" fue uno de los grandes méritos del Rey.

Después de la Constitución de 1978, La Zarzuela dejó de ser un centro de poder. La intentona golpista de 1981 hizo asumir al Rey facultades excepcionales por unas horas, las indispensables para desarmar el intento golpista. Aquella iniciativa salvó la joven democracia y convirtió en juancarlistas a muchísimos demócratas.

El abogado Jaime Sartorius, que era uno de los estudiantes de la Facultad de Derecho de la Complutense que abandonaban el aula cada vez que entraba en ella el entonces príncipe Juan Carlos, cambió definitivamente de opinión sobre el Rey. Ahora cuenta 68 años de edad y no regatea elogios a las aportaciones de don Juan Carlos:

-Por supuesto que el Rey no trajo la democracia por sí solo. La democracia habría llegado de todos modos a España, pero habría tardado más tiempo y seguramente se habría derramado más sangre. Porque aquí éramos varios miles de personas dispuestas a jugárnosla. La actitud de don Juan Carlos nos ha ahorrado muchos sufrimientos a todos. ¡Naturalmente que le estamos agradecidos!

Una vez creadas las reglas del juego democrático, y relativamente asentada la estabilidad del sistema, la actitud de don Juan Carlos ha sido muy clara: no meterse en política. Neutral ante los diversos procesos electorales, sólo ejerce una magistratura moral en forma de advertencias y consejos. Un cambio mal asumido por los que intentan llevar al Rey al molino de la política de partido. Verdad es que últimamente parece clamar en el desierto; por ejemplo, cuando recuerda el valor del consenso frente al terrorismo. Este mensaje del Rey es casi obsesivo desde hace un año. "Tenemos el deber de lograr la unidad y la cohesión [para] poner fin al terrorismo", dijo en el mensaje de Navidad de 2006, días antes de la vuelta de ETA a las bombas. "Unidos acabaremos con el terrorismo", reiteró inmediatamente después del atentado de Barajas, durante la Pascua Militar de 2007. "Divisiones y desencuentros no pueden ser compañeros de ruta de una gran nación como España", insistió el 15 de junio pasado. Y lo ha vuelto a recalcar en el mensaje de Navidad difundido esta semana. Si el Rey fuera un político al uso estaría frustrado ante el poco eco de su actual programa.

Don Juan Carlos tampoco es un Maquiavelo. Esencialmente es un militar, partidario de ideas y objetivos precisos. Vive rodeado de una estructura fuertemente militarizada (aunque los dos últimos jefes de su Casa, Fernando Almansa y Alberto Aza, han sido civiles), lo cual ha contribuido a protegerle de las filtraciones y ventas de secretos sufridas por otras familias reales en Europa. El Rey nunca se ha rodeado de grandes séquitos ni de pesados servicios protocolarios. Tampoco ha tenido un consejo privado. La idea de crear un Consejo de la Corona, planteada durante los debates constitucionales por Laureano López Rodó (como parlamentario de Alianza Popular), fue desechada enseguida.

El puesto de rey, aunque sin poderes efectivos, llena una función importante a los ojos de la mayoría de los españoles, según las encuestas, pero la opinión pública le tiene claramente diferenciado de la lucha partisana. Símbolo de unidad, figura tutelar, referencia moral... A efectos políticos, ha evitado cuanto ha podido las tensiones con los diferentes jefes de Gobierno. Por lo menos, en público.

Todas las personas consultadas para este reportaje -tanto las que figuran con nombre y apellido como las que prefieren el anonimato- coinciden en que Felipe González ha sido el presidente del Gobierno con quien mejor se ha llevado el Rey. También protagonista de la transición, tenían una vivencia en común. José María Aznar, por el contrario, no había compartido la transición con él y es más joven que el Monarca. Se sabe de una relación más o menos correcta, de puertas afuera, pero también de que en ocasiones no se entendieron. Aznar quiso que la relación del Gobierno con La Zarzuela pasara siempre por él, con broncas a los que se saltaban tal criterio. El Rey quiso dar continuidad a un papel de representación en el exterior parecido al que había desempeñado con Felipe González. Y Aznar no le dejó, sometiendo los viajes y relaciones del Rey con otros países -por ejemplo, con la Cuba de Fidel Castro- estrictamente a sus decisiones.

También en los tiempos del Gobierno de Aznar hubo sectores que reclamaron la intervención del Monarca contra la participación de España en la guerra de Irak. En las manifestaciones de la época empezaron a verse más banderas republicanas de lo acostumbrado. Legalmente, nada le hubiera permitido a don Juan Carlos impedir las determinaciones del Gobierno. La Corona no puede tomar decisiones en nombre del pueblo español, los poderes del Estado son los que son: ejecutivo, legislativo y judicial. En un artículo publicado en marzo de 2003, el constitucionalista Javier Pérez Royo lo argumentó así: "Su obligación constitucional [la del Rey] es mantenerse al margen del debate (...). Es una desgracia que José María Aznar sea presidente del Gobierno de España. Pero José María Aznar pasa. La Corona permanece. No podemos convertir una crisis circunstancial en una crisis permanente".

José Luis Rodríguez Zapatero es mucho más joven que el Rey. Si el Monarca empezó su reinado rodeado de personas que, por edad, podían ser sus padres, ahora convive con un presidente del Gobierno que casi podría ser su hijo. Es evidente que el actual jefe del Ejecutivo ha llevado una línea de reformas legislativas muy diferente a la de Aznar. Personas que conocen las interioridades de La Zarzuela consideran el pensamiento del Rey más atlantista y más iberoamericanista que el de Zapatero, que ha dedicado lo esencial de su actividad a los asuntos interiores. Esas personas suponen también que el Rey comprendió las razones para intentar una negociación que pusiera fin al terrorismo de ETA, como lo hizo con las experiencias de anteriores jefes del Ejecutivo. Y destacan el apoyo expreso de don Juan Carlos al acuerdo que permitió un gobierno conjunto de católicos y unionistas en Irlanda del Norte, por diferente que pueda considerarse ese conflicto al del País Vasco.

De los detalles de la relación del Rey con los diferentes Gobiernos se sabe, en realidad, poco. Porque las personas que rodean al Rey tienen a gala la discreción, y sus interlocutores han faltado escasas veces a esa costumbre. Y entre los expertos, Miguel Herrero de Miñón ha sostenido: "Es claro que el monarca vitalicio y hereditario está mejor colocado que cualquier magistrado electivo para ser absolutamente independiente y neutral, y si se lanza una mirada sobre el panorama español, eso resulta aún más evidente". Otros expertos, menos entusiastas que el anterior, se limitan a destacar que la trayectoria de don Juan Carlos ha hecho desaparecer "la cuestión monárquica", que durante gran parte del siglo pasado pesó sobre España, junto a la cuestión militar. Los hombres que han trabajado cerca del Rey -y por quienes ha pasado la relación con los Gobiernos- saben del estrecho y delicado filo por el que se mueve el día a día del monarca. Por ejemplo, Fernando Almansa, que fue jefe de la Casa del Rey desde 1993 a 2002:

-Saber estar en la posición del monarca que reina y no gobierna es delicado. El ejercicio de la función arbitral es discreto. Al ser discreto es poco conocido, y hay quien puede cuestionarse cuál es el papel del Rey; preguntarse qué hay más allá de las funciones representativas, de los discursos permanentes de unir y no dividir, que pueden dejar satisfechos a unos, pero no a otros. ¡Claro que es difícil el papel del Rey!

¿Hasta qué punto es hereditario el juancarlismo? La familia real y la Casa del Rey se han cuidado de popularizar las actividades institucionales de don Felipe, el heredero de la Corona. ¿Podría haber asumido alguna otra tarea más concreta? A punto de llegar a la cuarentena, don Felipe de Borbón se mantiene como un príncipe a la espera. Siempre en segundo plano. Ejerce labores representativas, lleva a cabo una cierta labor diplomática, se informa, viaja, visita, recibe; pero no se le ve en una responsabilidad más precisa o en un compromiso de trabajo como el de otras personas de su edad y preparación.

¿Debería tener don Felipe una profesión u ocupación, además de los compromisos como Príncipe de Asturias? La cuestión ha sido considerada alguna vez en La Zarzuela. Pero hay más inconvenientes que ventajas. ¿El Príncipe tendría que responder ante las Cortes, ante la opinión, por la gestión desarrollada en un cargo o responsabilidad pública, tal vez por la de colaboradores o compañeros suyos? En La Zarzuela ha predominado la idea de salvaguardar la figura de quien, según la Constitución, va a ejercer una función arbitral.

Mientras tanto, la familia real ha crecido y la curiosidad de los medios de comunicación se ha acrecentado. Su presencia aumenta en los espacios televisivos y de prensa dedicados al cotilleo, tanto como disminuye en los espacios políticos. En el resto de Europa se considera a las monarquías como encantadoras rarezas, aunque familias como la de Windsor en el Reino Unido, la de Orange en Holanda o las casas reales escandinavas se mantengan, coriáceas. Como si el tiempo no pasara por ellas. Sus actividades aportan simpatía y popularidad, pero en general carecen de dimensión política, excepto en el caso extremo de Bélgica.

La continuidad de la Monarquía depende ya menos de su carácter hereditario que de la aceptación que tenga en la opinión pública. Tanto el Rey como el príncipe Felipe "tienen clarísimo que han de ganarse su sueldo cada día", comenta Fernando Almansa, uno de los ex jefes de la Casa del Rey:

-Es normal que el titular de la Corona aspire, desee que su labor sea continuada por un heredero y que la Monarquía se perpetúe como forma de Estado. Don Felipe está preparado para ejercer muy bien sus funciones y prestar grandes servicios al país. Será un rey distinto, naturalmente, de acuerdo con las circunstancias en las que él vaya a heredar.

Que no serán las irrepetibles en que don Juan Carlos comenzó a reinar. En aquel tiempo se implantó una monarquía parlamentaria cuyo titular supo ganarse la legitimidad que no tenía por el origen de su proclamación como rey de España. Así lo recuerda el empresario Jaime Carvajal, muy cercano al Rey en aquel tiempo:

-Cuando yo estudiaba en Inglaterra me decían: "Pero qué idea más rara, eso de instalar una monarquía. Aquí la tenemos porque ya estaba; si no, no se nos ocurriría...". Al igual que otras personas, yo siempre pensé que el gran beneficio de la Monarquía era permitir el cambio político sin traumas, sobre todo por el régimen del que veníamos y con el ejército que teníamos entonces. Eso ha sido un servicio importantísimo del Rey a los españoles.

Desde la época de la transición ha pasado mucho tiempo. Don Juan Carlos contaba 37 años cuando inició su reinado. Su hijo y heredero, don Felipe, cumplirá 40 en unas pocas semanas. Ya ha superado la edad a la que su padre fue rey y se ignora en qué momento le sucederá. Pero no le será difícil recordar el consejo que su padre viene prodigando: el rey no debe meterse en política. Tiene que atenerse a la Constitución.

REPORTAJE: EL REY, PERSONAJE DEL AÑO

El férreo control del Rey

Don Juan Carlos se ha ocupado siempre personalmente de vigilar la imagen de la Corona y de vincular la Monarquía al escrupuloso cumplimiento de la Constitución

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 30/12/2007

El gran éxito de don Juan Carlos ha sido, probablemente, su extraordinaria capacidad para mantener la Corona al margen de disputas partidarias y escrupulosamente ligada a la Constitución de 1978. Vista ahora, la operación de legitimización de la monarquía parece evidente, pero con los datos de aquel momento nada era tan obvio: la Jefatura del Estado que el Rey heredó en 1975 estaba vinculada a la dictadura y a la imagen más rancia de la derecha española, católica y tradicional. Para muchos españoles, la idea de la libertad y del progreso estaba todavía ligada a la memoria de la República.

Treinta años después, esa asociación ha desaparecido y los españoles son capaces de imaginar no sólo una república progresista, sino también a un presidente de la República de extrema derecha o de izquierda radical, sometido a la lucha electoral y territorial. Y una monarquía, por el contrario, comprometida con el progreso y las libertades y, sobre todo, símbolo de estabilidad.

En ese cambio de mentalidad fundamentó don Juan Carlos el futuro de la institución que representa. Todas las declaraciones de la época indican la absoluta convicción del Rey de que su futuro estaba ligado al de una Constitución democrática. Varios periodistas han dado testimonio de una anécdota reveladora de esa creencia. El mismo día en que la Comisión Constitucional aprobó el artículo según el cual "la forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria", don Juan Carlos acudió a una cena y bromeó: "Me acaban de legalizar".

El Rey contó, desde luego, con la colaboración de todos los partidos, y muy especialmente del PSOE y del Partido Comunista, más interesados en vincular constitucionalmente monarquía y libertades que en disputar la forma de la jefatura del Estado. Pero ese apoyo no habría sido suficiente sin el férreo control que el Rey ejerció de su propia imagen y de sus acciones. Es cierto que pudo beneficiarse, sobre todo a raíz del intento de golpe de Estado de febrero de 1981, de una especie de acuerdo tácito de los medios de comunicación para mantener al Rey y a su familia fuera del debate público. Pero también lo es que don Juan Carlos se preocupó siempre personalmente de vigilar y programar su relación con la sociedad española. Y que lo que le preocupa ahora es, precisamente, la dificultad para seguir ejerciendo ese control directo y personal.

Primero, porque ya no se trata exclusivamente de sí mismo, sino que la familia se ha ido extendiendo, y complicando, con nuevos miembros que ya no dependen tan directamente de él. Y segundo, porque cada vez es más complicado establecer un equilibrio entre la popularidad que necesita la monarquía y el peligro de una excesiva exposición, que termine perjudicando la imagen de la institución. El Rey no se acostumbra a ver a los miembros de su familia sometidos al "manoseo" de los programas del corazón. Desde ese punto de vista, llama la atención la poquísima actividad "exterior" que tienen los Reyes, los Príncipes y las Infantas fuera de sus actividades oficiales. Todos ellos están prácticamente obligados a mantener sus vidas privadas tras los muros de sus casas o en las de amigos muy seguros. El rey no ha permitido jamás que se conozca ni la menor de las opiniones personales de sus hijos.

A don Juan Carlos le molesta profundamente que no se valore el trabajo que hace él mismo y su familia y cree que le corresponde al Gobierno publicitarlo, no a la Casa Real. Es el Gobierno, ha mantenido incluso públicamente, el que debe defender la institución y a las personas que la encarnan. Por eso le irritó tanto el silencio del presidente del Gobierno o de sus ministros cuando la cadena Cope comenzó a atacar su trabajo y el del príncipe de Asturias.

El Rey tiene razón en argumentar que es uno de los que más actividad desarrollan tanto en su labor como Jefe de Estado como en su constante política de contacto con gran parte de la sociedad española. Ya en los años ochenta, don Juan Carlos le pidió a un amigo que le hiciera un estudio comparado sobre lo que trabajaban sus "colegas", los otros reyes europeos, y sobre el coste de esas otras jefaturas de Estado, porque le parecía que él estaba solicitado desde demasiados sectores de la vida pública española.

El informe vino a darle la razón, porque indicaba que el Rey desarrollaba una actividad oficial bastante más intensa que la de otros monarcas y que el coste de la Casa Real era inferior al de otras casas reales equiparables. A la hora de la verdad, el Rey no disminuyó sus actividades: en 2007, y según los datos oficiales de su web, el Rey visitó 10 países extranjeros, desde China hasta Kazajstán, pasando por Colombia o Argelia. Acudió por primera vez a Ceuta y Melilla. Dio 28 almuerzos o cenas oficiales, asistió a 25 actos de índole militar, a 23 inauguraciones en todos los puntos de España, se entrevistó en encuentros particulares con ocho dignatarios extranjeros, asistió a media docena de entregas de premios, concedió 80 audiencias y acudió a 19 recepciones, actos de recibimiento o despedida. Además, estuvo presente en otros 30 actos públicos, desde conciertos, juras de cargos, reuniones de patronatos y ceremonias conmemorativas especiales. Amén, por supuesto, de asistir a dos funerales por víctimas del terrorismo. Estas 166 actividades oficiales son compatibles, además, con las audiencias particulares que sigue concediendo para recabar información personal o conocer a nuevos protagonistas de la vida política, social o cultural española y que no figuran en los archivos, aunque buena parte de esa tarea recae ahora en el príncipe de Asturias, con una formidable agenda de reuniones y encuentros privados que compatibiliza con sus actividades oficiales (más de 180 actos públicos en 2007).

Lo que parece claro para cualquier observador es que las actividades del Rey y las del Príncipe son bastante más intensas de lo que los ciudadanos creen. Y que disponen de poco aparataje para todo ello. La Casa Real, con sus 137 funcionarios de plantilla, es claramente insuficiente para cubrir todos los frentes que tiene encomendados, y sus máximos responsables, el jefe de la Casa, Alberto Aza, y el secretario general, Ricardo Díez Hochleitner, están permanentemente agobiados de trabajo. La Zarzuela necesitaría probablemente más personal y más especialistas, sobre todo expertos conocedores de las nuevas realidades mediáticas.

Una característica especial de la Monarquía española, que se debe probablemente al deseo del Rey de controlar todo lo que le afecta, es la inexistencia de una Casa del Príncipe heredero, como ocurre en otras monarquías. En el caso español es la Casa Real la que se desdobla para prestar sus servicios al heredero, al igual que a la Reina (es la Secretaría de la Reina, por su parte, la que atiende a las Infantas). La ventaja de una casa única es evidente: no se duplica la burocracia. Pero lo más importantes no es eso, sino que impide que existan diferentes criterios o dos jefes que compitan entre sí en defensa de su propio patrocinado, como ha ocurrido, por ejemplo, en Inglaterra. ¿Se ha planteado alguna vez en España la posibilidad de separar las dos casas? La respuesta oficial es tajante. No hay nada de lo que hablar porque la Constitución dispone que exista una única Casa Real, con un único presupuesto. Una casa que dirige el Rey y que presta sus servicios al Príncipe.

El control absoluto que exige el Rey sobre todo lo que afecta a la corona no quiere decir que don Juan Carlos no haya contemplado seriamente la posibilidad de abdicar en su hijo, llegado un determinado momento. Es conocido que el Rey comentó públicamente que no compartía el punto de vista de Isabel II, sino que se sentía más próximo a Juliana de Holanda, que abdicó en su hija Beatriz cuando lo consideró oportuno. Es conocido también que doña Sofía comparte ese punto de vista, porque sabe que el momento de la sucesión será especialmente delicado para el príncipe Felipe. De hecho, del éxito de esa sucesión depende en buena parte la consolidación de la monarquía en España. La sensación de seguridad y continuidad sería mucho más palpable si se produjera en vida de don Juan Carlos. El príncipe Felipe ha recibido una formación mucho más adecuada para el cargo que va a ocupar que la que recibió su padre, pero no dispone de lo que el historiador Santos Juliá denomina "la reserva de poder" de que disfruta don Juan Carlos, por las especiales características de su reinado.

El príncipe Felipe realiza ya desde hace meses una intensísima labor de contactos privados y actividades públicas y se prodiga tanto en América Latina como en las distintas comunidades autónomas. Se esfuerza para que sus puntos de vista, y los de su esposa, la princesa Letizia, conecten bien con la nueva sociedad española. Don Felipe, por ejemplo, no se sintió nada cómodo con la denuncia de la revista El Jueves por publicar una caricatura ofensiva contra ellos dos. De hecho, cuando fue informado por la Casa Real de la decisión del fiscal de procesar a los autores por injurias, preguntó si no era posible volverse atrás. Su visión es siempre más partidaria de que se defiendan los símbolos del Estado, no específicamente sus personas como miembros de la familia real.

La lucha por conectar con la opinión pública afecta ahora también a la princesa de Asturias, muy consciente de la dificultad de su trabajo: se le pide que caiga bien en 40 segundos, que convenza a cualquier persona con la que hable dos minutos de que es inteligente, atractiva, sensible, cercana y al mismo tiempo futura reina. El Príncipe ha sido entrenado para ello, pero la Princesa se tiene que habituar. En cualquier caso, está convencida de que ésa es su tarea, y la asume con terquedad. Y es lo bastante inteligente como para, en ocasiones, dejar pasar el mensaje esencial: todo le compensa porque, dice, "he encontrado al hombre de mi vida".

La modernización de la Casa Real que se puso de manifiesto, precisamente, con la llegada de la princesa Letizia, una mujer universitaria, divorciada, que ha trabajado varios años y que sabe lo que es pagar una hipoteca, tiene, sin embargo, todavía un fallo importante. Necesita introducir una mayor transparencia en sus cuentas. Siempre se ha dicho que la familia real española es una de las más modestas de Europa. El Rey heredó algunas propiedades de sus padres, los Condes de Barcelona, entre ellas un edificio en la Gran Vía de Madrid, que compartió con sus hermanas, un chalé en la madrileña Colonia del Viso y algún dinero procedentes de la herencia de su madre, doña Mercedes. No se puede decir que ninguno de sus tres hijos haya dado importancia a la bonanza económica de sus parejas ni que los Reyes se hayan opuesto a bodas que no aportaban, vía cónyuge, una fortuna personal, como ha sido el caso, por ejemplo, de su primo Pablo, casado con una tejana dueña de una gran fortuna.

El problema con la falta de transparencia se relaciona con los gastos de la Casa Real y el uso de los 8,6 millones de euros que se fijan en los Presupuestos del Estado para su sostenimiento. A los responsables de la Casa Real les irrita que se crea que esos 8,6 millones de euros son el "sueldo" del Rey y de su familia, sin tener en cuenta que con ese dinero se sostiene también la estructura burocrática de la propia Jefatura del Estado (ver la página 8).

En lo que tiene razón la Zarzuela es en que existe un gran malentendido respecto al control que se ejerce sobre esa cantidad. La cifra que aprueba el Congreso de los Diputados está destinada al mantenimiento de la Jefatura del Estado, y, como tal, esa institución no está sometida al escrutinio ni del Tribunal de Cuentas ni de la Intervención General del Estado. Tampoco lo están el Tribunal Constitucional, ni las propias Cortes, ni el Consejo General del Poder Judicial, porque se trata de instituciones que no pueden ver mermada su independencia, como sucedería si sus cuentas fueran controladas por organismos dependientes del Gobierno de turno. Sucede lo mismo en la mayoría de los países democráticos.

Pero una cosa es que no haya control exterior de esas cuentas, y otra que la propia Casa Real no las haga públicas. Es comprensible que el Rey no quiera que se entre en el "menudeo" de sus gastos ni que se quiera saber el importe de todas y cada una de las facturas que se pagan con esos 8,6 millones de euros, pero también lo es que existen otras fórmulas que permitirían una mayor transparencia, sin vulnerar la independencia de la institución. Las cuentas de la Casa Real, que antes dependían de un intendente militar, son controladas desde el pasado mes de agosto, de forma más profesional, por un auténtico interventor, Óscar Moreno, contratado por el jefe de la Casa, Alberto Aza, para que le rinda cuentas, a él mismo, sobre la adecuación del gasto a lo dispuesto en el presupuesto interno de la Casa. La asignatura pendiente de los asesores del Rey es encontrar la manera de trasladar esas cuentas a la opinión pública, sin menoscabo importante del funcionamiento de la familia real.

REPORTAJE: Cumpleaños en el palacio de la Zarzuela

70 años, 32 de Rey

Don Juan Carlos ha rehuido una celebración de su onomástica al estilo de otras casas reales - Su acto público más reciente ha sido la visita a las tropas en Afganistán

MÁBEL GALAZ - Madrid - 05/01/2008

Don Juan Carlos festeja hoy en familia su 70º cumpleaños; el miércoles se reunirá con los que han representado a las altas instituciones del Estado en sus 32 años de reinado. Las felicitaciones al Monarca llegan de todo el mundo

Nació en Roma, donde su familia vivía en el exilio, un mes antes de lo previsto. Don Juan Carlos de Borbón cumple hoy 70 años, 32 los ha vivido siendo Rey de España. Para festejar una fecha tan redonda el Monarca no ha querido grandes celebraciones sociales como acostumbran a organizar otras casas reales, y sí una reunión familiar en el palacio de la Zarzuela, a la que asistirán los príncipes de Asturias, la infanta Elena, la infanta Cristina con su esposo Iñaki Urdangarín y los ochos nietos del Rey. A la cita también están invitadas las hermanas de don Juan Carlos, doña Pilar y doña Margarita.

"Será una reunión estrictamente familiar, sencilla, como Su Majestad ha querido", informó ayer un portavoz de la Casa del Rey. Eso sí, hasta palacio ya están llegando miles de felicitaciones de todo el mundo, de otras casas reales, de personalidades y de ciudadanos anónimos.

Don Juan Carlos sí ha querido, en cambio, con motivo de su 70º cumpleaños, reunirse con las tropas españolas destinadas en Afganistán, adonde acudió el pasado 31 de diciembre, como hizo cuando cumplió 60 años y visitó la misión española en Bosnia.

Durante el almuerzo celebrado en Camp Arena, sede de la Base de Apoyo Avanzado (FSB) de Herat, el Monarca recibió una fuerte ovación de las tropas. Don Juan Carlos se emocionó ante el reconocimiento de los soldados, tras un año en el que él mismo y la Monarquía han sufrido duros ataques de algunos grupos independentistas y de la derecha ultracatólica.

Y es que las turbulencias de la política española han afectado a don Juan Carlos en el último año, por lo que él mismo ha tenido que salir, en una situación sin precedentes, a defender el trono como garante de las reglas de juego democrático. Un año en el que en lo personal ha tenido que afrontar la separación de su hija mayor, la infanta Elena.

El Rey ha querido reunirse con motivo de su aniversario con los representantes de las altas instituciones del Estado, aquellos que han formado parte de los 32 años de Monarquía constitucional en España. Cuatrocientas personas están invitadas a la cena que ofrecerán los Reyes el miércoles en el palacio de El Pardo. La Casa del Rey ha mandado invitaciones a los integrantes del actual Gobierno y a todos aquellos que formaron parte de los Gobiernos democráticos. También estarán en El Pardo aquellas personas que han representado a estas instituciones, así como los presidentes del Congreso y del Senado durante estos años de democracia, y los actuales líderes de los distintos partidos políticos y portavoces de las mesas de las dos Cámaras. Y los presidentes de las comunidades autónomas.

Mañana, 6 de enero, se mantiene la tradicional recepción de la Pascua Militar. A esa cita asisten el presidente del Gobierno, representantes de las máximas instituciones, del Estado Mayor de la Defensa, de los tres Ejércitos, de las Reales y Militares Órdenes de San Fernando y San Hermenegildo, de la Guardia Civil y de la Hermandad de Veteranos.

En 25 días, el palacio de la Zarzuela celebrará otro cumpleaños con fecha redonda: el príncipe de Asturias cumple 40 años.

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REPORTAJE: EL REY, PERSONAJE DEL AÑO

La resistencia de la Corona

Abrir la cuestión sucesoria no afecta a la gran pregunta: ¿Estado autonómico o plurinacional?


SANTOS JULIÁ 30/12/2007

El Rey es el jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia

(Constitución española, art. 56.1)

Si sólo se atiende a la estadística y a la historia, las posibilidades de consolidar la Monarquía en la persona de Juan Carlos I de Borbón no eran muchas cuando, a punto de cumplir los 37 años, iniciaba su reinado. Su antepasado Carlos IV hubo de marchar al exilio tras abdicar por dos veces en 1808. El hijo de éste, Fernando VII, siguió sus pasos poco después, para retornar como deseado al término de la guerra contra el francés. La regente que le sucedió, María Cristina, prefirió abandonar Madrid ante el empuje de Espartero, y su hija, Isabel, expulsada como "imposible señora" por sus generales, tomó el camino de París para no reinar nunca más: Antonio Cánovas del Castillo, monárquico y conservador, se cargó de poderosas razones para disuadirla cuando le entró la ventolera del retorno. Alfonso XIII, nieto de Isabel, añadió un nuevo punto a la marca de sus predecesores y murió, como la abuela, en el exilio, poco después de haber abdicado en su hijo Juan, que pasó la mayor parte de su vida en Portugal, impedidos ambos de recuperar el trono por un general, monárquico y reaccionario, que restableció el Reino de España pero que juró no ver en él a ningún rey mientras le quedara un hálito de vida. Ni que decir tiene que José y Amadeo, que no eran Borbones, sufrieron similar destino. En resumen: entre 1808 y 1931, hasta seis reyes y una regente perdieron temporal o definitivamente la Corona.

Se comprende que, tras varias décadas sin rey, la perspectiva de una monarquía como "forma política del Estado español" disfrutara de menos posibilidades estadísticas que ver de nuevo partir a un monarca hacia el exilio. Continuidad y legitimidad, los dos pilares de toda monarquía, han sido destruidos, comentaba Salvador de Madariaga al tener noticia de la designación de Juan Carlos de Borbón como sucesor, a título de rey, de Francisco Franco. No fue el único: con él, lo creyeron también no pocos monárquicos, por no hablar de la oposición comunista y socialista, que consideró fútil aquel nombramiento: de sucesor presunto lo calificó Santiago Carrillo un día particularmente inspirado.

Han pasado los años y ni la historia ni la estadística, ni Madariaga ni Carrillo, han acertado en sus previsiones: lejos de breve, Juan Carlos I es, a sus 70 años, el rey que en los dos últimos siglos más tiempo ha permanecido en el trono, y la Monarquía española no sólo ha reforzado su legitimidad, sino que ha echado sólidas bases para su continuidad. La cuestión, como el mismo Carrillo tuvo el acierto -esta vez sí- de plantear, no era monarquía o república, sino dictadura o democracia. Y resultó, en efecto, que no ya la reconciliación de la monarquía con la democracia, sino el impulso de la Corona al proceso democratizador, liquidó la causa principal de su fragilidad histórica. La combinación de Estado democrático de derecho con Monarquía parlamentaria ha resultado más resistente de lo que nadie se había atrevido por entonces a predecir.

Pero el proceso de democratización no ha afectado sólo al Estado y a la sociedad, sino a la misma institución monárquica, y ha acabado por rasgar los velos de su sacralidad, acelerando el concomitante proceso de su secularización. Todas las monarquías, no sólo la española, pero sobre todo ésta, que por la anómala singularidad de su origen ha gozado del extraordinario privilegio de vivir a resguardo del escrutinio público, sentirán cada vez más la inevitable contradicción de esgrimir como razón de su permanencia el principio hereditario mientras en todo lo demás, comenzando por los matrimonios y divorcios de sus vástagos, se conducen según las costumbres democráticas; entre otras, que los tratamientos son recíprocos y que quien tutea debe esperar a su vez ser tuteado.

La cuestión, en el caso español, consistirá en comprobar hasta qué punto la definitiva desacralización de la Corona, con su mayor exposición a la crítica política, pero también al cotilleo mediático, afectará a la delicada definición constitucional como símbolo de la unidad y permanencia del Estado. Es posible que al recordar en esos términos su papel, el constituyente temiera que la diversidad histórica de las Españas pudiera ser causa de la caducidad de su Estado. La Constitución creyó encauzar esa diversidad, y reforzar así la unidad y asegurar la permanencia del Estado, reconociendo y garantizando el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones. Nadie podía prever en 1978 que tal reconocimiento acabara por sentar las bases institucionales -parlamentos, gobiernos y presupuestos autónomos- desde las que germinarían naciones, se reclamarían derechos de autodeterminación y se pondrían en marcha estrategias de separación.

Y no es casualidad que, a propósito del desempeño del papel simbólico que le reconoce la Constitución, hayan aparecido las primeras y destempladas voces proponiendo la abdicación del Rey o acusándole de vagancia. A quienes así se han manifestado, desde la radio episcopal a algún nacionalista particularmente laborioso, les gustaría ver en la jefatura del Estado a un monarca más activo, menos en la sombra, interviniendo con voz propia en el debate político. El espantajo del finis Hispaniae o el propósito de embarcar a la Corona en un supuesto papel arbitral entre posiciones políticas en conflicto les empujan a acusar al Rey de dejación de la más alta función que la Constitución le atribuye. No es tampoco casual que hayan sido los mismos que azuzan al monarca a intervenir de forma directa en el debate político los que han palmeado con más calor sus últimas intervenciones públicas.

Dejarse llevar de esas voces o prodigar este tipo de actuaciones sería un buen camino hacia el desastre. Si algo ha demostrado la legislatura ahora agonizante es que nadie posee la fórmula mágica para resolver la única cuestión que puede afectar a la unidad y permanencia del Estado, que no es -como no lo era en 1977- la de monarquía o república, sino la de ¿cuántas naciones Estado en el Estado de la nación? No dispusieron de esa fórmula los constituyentes, que dejaron sin cerrar el llamado bloque de constitucionalidad; no la tuvo el Partido Popular, que extremó hasta límites insoportables las tensiones inherentes al sistema mientras estuvo en el gobierno; ni la tienen tampoco los socialistas, que en este segundo turno han dilapidado buena parte de la sabiduría acumulada en el primero.

Nadie sabe cómo evolucionará el bloque de constitucionalidad, o sea, Constitución más estatutos. Pero una cosa es segura: abrir hoy la cuestión sucesoria no resolvería ninguno de los problemas a los que nos enfrentamos, que no se derivan de la forma de Estado, si monárquica o republicana, sino de su contenido, si autonómico o plurinacional. Habrá que acostumbrarse, pues, a ver cómo los movimientos y manifestaciones antisistema, alimentados por las políticas de fabricación de identidades diferenciadas y enfrentadas, adoptan símbolos y proceden a acciones antimonárquicas en la misma medida en que el Rey simboliza la unidad y permanencia del Estado, de este Estado, el de las nacionalidades y regiones autónomas, al que, no por nada, se debe el más largo, más pacífico, más fecundo tramo de la muy asendereada historia de la Monarquía en España.

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