ERNESTO EKAIZER 10/11/2007
La tarde del pasado 26 de septiembre, los editores de la prestigiosa revista The New York Review of Books se pusieron en contacto con EL PAÍS. Querían autorización para publicar un documento que el periódico había entregado ese mismo día a sus lectores: la transcripción de la conversación mantenida por el entonces presidente del Gobierno español José María Aznar y el presidente estadounidense, George W. Bush, en el rancho de Crawford el 22 de febrero de 2003.
Su petición era más concreta: ¿era posible que se le facilitara la versión original en inglés? La respuesta fue ésta: la versión publicada era la transcripción original realizada por uno de los participantes en la reunión, el entonces embajador de España en Washington, Javier Rupérez, quien fue el encargado de tomar las notas y redactar el acta. Los editores estadounidenses necesitaban debatir si seguir adelante. El argumento: no es usual que una publicación norteamericana transcriba palabras del presidente de Estados Unidos traduciéndolas del español al inglés. Uno de los especialistas con los que cuenta la revista, el periodista Mark Danner, que trabajó anteriormente para
The New Yorker, consideró que la conversación de Crawford era un documento de importancia equivalente al célebre Downing Street Memo, una transcripción en la que el primer ministro británico Tony Blair y sus colaboradores estiman, el 23 de julio de 2002, que Bush considera la guerra como inevitable y que "la información de los servicios secretos y los datos giraban en torno a la política". Los editores llegaron finalmente a una conclusión: se haría la traducción del español al inglés del texto íntegro por un equipo de especialistas en ambos idiomas y se publicaría junto con un texto del citado periodista. "Es la primera vez que hacemos esto. No hay precedentes de poner las palabras en inglés del presidente norteamericano traducidas del español. La veracidad del texto y el hecho de que no ha sido cuestionado por la Casa Blanca nos han convencido", dijo uno de los editores. En su edición del 8 de noviembre,
The New York Review of Books publica el largo ensayo de Danner junto con la versión completa en inglés de la entrevista de Crawford. Danner califica a Bush como un "gánster de película" en algunos pasajes del diálogo con Aznar.
ANÁLISIS: Las conversaciones de Crawford
"Como un gánster de película..."
MARK DANNER 10/11/2007
"Lo único que me preocupade ti es tu optimismo".- El presidente español José María Aznar al presidente Bush, extraído de la transcripción de Crawford, 22 de febrero de 2003.
Sin duda, uno de los atributos agonizantes de nuestra era posterior al 11-S es la necesidad permanente de reafirmar realidades que han sido demostradas una y otra vez, y negadas con la misma obstinación por quienes ocupan el poder, obligándonos a vivir atrapados entre dos narraciones de la historia actual, una de las cuales cobra vida, color y vigor a medida que se dan a conocer más datos, mientras la otra se vuelve cada vez más nimia, más precaria y más disecada, apenas sostenida por la respiración asistida del poder oficial.
En el centro de nuestra vida nacional se halla la narración maestra de esta política bifurcada: la guerra en Irak, librada para suprimir la amenaza de armas de destrucción masiva que resultaron no existir, llevada a una rápida y gloriosa conclusión en la soleada cubierta de un portaviones cuya celebración de la victoria se convirtió casi instantáneamente en una vergüenza nacional. Eso fue hace cuatro años y medio; el final de la guerra y, de hecho, su inicio, definido con tanta claridad por ese único instante tembloroso, se disolvieron hace mucho en la historia en disputa.
La última entrada en esa historia aparecía el 26 de septiembre, cuando el diario español EL PAÍS publicó una transcripción de una conversación mantenida el 22 de febrero de 2003 -casi un mes antes del estallido de la guerra- entre el presidente Bush y José María Aznar, por aquel entonces presidente español. Aunque los líderes se reunieron en el rancho de Bush en Crawford, Texas, algunos bautizaron rápidamente la transcripción como Memorando de Downing Street II y, de hecho, el documento comparte algunos temas con ese primordial memorando británico, principalmente en su clara demostración del abismo entre lo que declaraban en público el presidente Bush y los miembros de su Administración durante el periodo previo a la guerra y lo que decían, y hacían, en entornos más privados.
Aunque Hans Blix, el inspector jefe de la ONU cuyos equipos peinaban entonces Irak en busca de las esquivas armas, todavía no había entregado su informe -dos semanas después, comunicaría al Consejo de Seguridad que se necesitarían no "años ni semanas, sino meses" para completar "las esenciales tareas de desarme restantes"-, el presidente se muestra impaciente, incluso ansioso, por ir a la guerra. "Esto es como la tortura china del agua", dice de las inspecciones. "Tenemos que poner fin a ello".
Incluso al comentar la principal preocupación de Aznar, la necesidad vital de dar legitimidad internacional a la guerra obteniendo una segunda resolución de la ONU que justificara el uso de la fuerza -una resolución que, trágicamente, nunca se consiguió-, apenas se finge que la invasión de Irak no sea ya una certeza. "Si alguien veta", dice el presidente a Aznar, "nosotros iremos. Sadam Husein no se está desarmando. Le tenemos que coger ahora mismo. Hemos mostrado un grado increíble de paciencia hasta ahora. Quedan dos semanas. En dos semanas estaremos militarmente listos... Estaremos en Bagdad a finales de marzo". El calendario ya había sido decidido, no por los inspectores y lo que pudieran encontrar o no, ni por los diplomáticos y lo que pudieran negociar o no, sino por el despliegue y la preparación de aviones de combate, soldados y tanques.
¿Cuándo se convirtió la guerra en una certeza? Los matices de las actitudes del presidente son imposibles de trazar, aunque ya el mes de julio de 2002, el jefe del espionaje británico, Sir Richard Dearlove, en sus famosas consultas en Washington, había detectado "un cambio perceptible de actitud". En el pasaje más famoso del memorando de Downing Street se citaba a Dearlove informando al Gabinete británico: "La acción militar se veía ya como algo inevitable. Bush quería derrocar a Sadam mediante una intervención militar, justificada por la conjunción de terrorismo y armas de destrucción masiva. Pero la información de los servicios secretos y los datos giraban en torno a la política. El Consejo de Seguridad Nacional no tenía paciencia con la ruta de la ONU...".
El drama de Crawford
Precisamente sobre este punto -la necesidad de los europeos de contar con una resolución de la ONU que justifique la fuerza y, por lo tanto, una guerra legal o al menos internacionalmente legítima, y la profunda ambivalencia entre los altos cargos de la Administración de Bush respecto a seguir "la ruta de la ONU"- gira gran parte del drama de la transcripción de Crawford, convirtiéndola en una especie de obra breve que enfrenta a los europeos, sinuosos, sutiles, sofisticados y preocupados por la gran oposición en Europa, y en España en particular, a una guerra por gusto con Irak encabezada por Estados Unidos ("Necesitamos que nos ayudéis con nuestra opinión pública", le dice Aznar a Bush), contra el vaquero estadounidense bravucón, impaciente y de gatillo rápido. Bush quiere decretar la segunda resolución el lunes. Aznar dice: "Mejor el martes". Bush replica: "Podría ser el lunes por la tarde, teniendo en cuenta la diferencia horaria". Ante la queja de Bush de que el proceso de la ONU era como "la tortura china del agua", Aznar manifiesta una comprensión tranquilizadora y el ruego de que se tomen un respiro:
Aznar: "Estoy de acuerdo, pero sería bueno contar con el máximo número de gente posible. Ten un poco de paciencia".
Bush: "Mi paciencia está agotada. No pienso ir más allá de la mitad de marzo".
Aznar: "No te pido que tengas una paciencia infinita. Simplemente que hagas lo posible para que todo cuadre".
Aznar, un idealista católico de derechas que cree en los argumentos sobre derechos humanos para derrocar a Sadam Husein, se encuentra en la cuerda floja política: más de nueve de cada 10 españoles se oponen a ir a la guerra, y millones de personas acababan de recorrer las calles de Madrid en airada oposición; le preocupa intensamente obtener una resolución de la ONU que convierta la guerra en una campaña autorizada internacionalmente y no una mera "agresión" dirigida por EE UU.
Bush responde a su petición de diplomacia con una letanía bastante sorprendente de amenazas dirigidas a los entonces miembros temporales del Consejo de Seguridad. "Países como México, Chile, Angola y Camerún deben saber", declara, "que lo que está en juego es la seguridad de Estados Unidos y actuar con un sentido de amistad hacia nosotros". Por si Aznar no lo entiende, describe al español lo que sufrirá cada nación si no reconoce "lo que está en juego":
"[El presidente chileno Ricardo] Lagos debe saber que el Acuerdo de Libre Comercio con Chile está pendiente de una confirmación del Senado, y que una actitud negativa en este tema podría poner en peligro esa ratificación. Angola está recibiendo fondos de la Cuenta del Milenio y también podrían quedar comprometidos si no se muestran positivos. Y Putin debe saber que con su actitud está poniendo en peligro las relaciones entre Rusia y EE UU".
Grosero y torpe
Lo sorprendente de este pasaje no es sólo lo grosero y torpe que es, con el presidente de Estados Unidos profiriendo amenazas como un gánster de película -por lo visto quiere que el español las transmita directamente a los diversos líderes-, sino lo ineficaz que resultó la bravata. Ninguno de estos países modificó su postura respecto a una segunda resolución que, llegado el momento, nunca se presentó al Consejo de Seguridad para lo que habría supuesto una derrota segura. Al proferir las amenazas, Bush hizo lo que un líder efectivo siempre debe evitar: dictó una orden que no fue obedecida, poniendo en evidencia los límites de su poder. (La propia guerra en Irak, destinada a "conmocionar y sobrecoger" al mundo, y en especial a los adversarios de EE UU, consiguió más o menos lo mismo).
La bravuconada viene acompañada de un fariseísmo adusto. Aznar pregunta: "¿Es cierto que existe alguna posibilidad de que Sadam Husein se exilie?" ("El mayor éxito", dice al presidente, "sería ganar la partida sin disparar un solo tiro"). Bush responde que sí: los egipcios aseguran que "Husein estaría dispuesto a exiliarse si le dejaran llevarse 1.000 millones de dólares y toda la información que quisiera sobre armas de destrucción masiva".
¿Y ese exilio, pregunta Aznar, incluiría una "garantía" (supuestamente contra un proceso judicial o una extradición)? "Ninguna", asegura Bush. "Es un ladrón, un terrorista, un criminal de guerra. Comparado con Sadam, Milosevic sería una Madre Teresa". Aunque es difícil evaluar si Sadam realmente estaba dispuesto a abandonar Irak -a los egipcios, saudíes y otros que en aquel momento trataban de vender la posibilidad les interesaba que Sadam se marchara y se mantuviera la estructura de poder suní-, es inconcebible que fuese a hacerlo sin algún tipo de garantía, una posibilidad que Bush excluye.
Lo más interesante del pasaje, y en realidad de toda la transcripción, es lo que revela sobre las actitudes y el carácter de Bush. Tan pronto fanfarronea y amenaza, como habla con reverencia y fariseísmo sobre el "sentido histórico de la responsabilidad" que le guía:
"Cuando dentro de unos años la Historia nos juzgue, no quiero que la gente se pregunte por qué Bush, Aznar o Blair no hicieron frente a sus responsabilidades. Al final, lo que la gente quiere es gozar de libertad. Hace poco, en Rumania me recordaban el ejemplo de Ceausescu: bastó con que una mujer le llamara mentiroso para que todo el edificio represivo se viniera abajo. Ése es el poder incontenible de la libertad. Estoy convencido de que conseguiré la resolución".
Naturalmente, no la obtuvo. Pese a su sólida convicción, ni Chile, ni Angola ni Rusia se mostraron dispuestos a variar su voto, con o sin amenazas. Existe una diferencia entre estar convencido y tener razón. La convicción de Bush, en éste y en otros temas, no provenía de un análisis independiente de los hechos -de los intereses y las intenciones de las naciones involucradas-, sino del manantial de la fe. Confundía la retórica con la realidad. Aznar, el europeo sofisticado, vierte un comentario irónico al respecto. Es el momento más jamesiano de la obrita de Crawford; casi podemos ver la ceja arqueada:
Aznar: "Lo único que me preocupa de ti es tu optimismo".
Bush: "Soy optimista porque creo que estoy en lo cierto. Estoy en paz conmigo mismo. Nos ha correspondido hacer frente a una seria amenaza para la paz".
Es preocupante, como comenta Aznar, confiar en el optimismo basado únicamente en la creencia. El español sabe que conseguir la segunda resolución del Consejo de Seguridad y, por lo tanto, una legitimidad internacional esencial para la guerra, será muy difícil; en muchos países, el plan de lanzar una guerra contra Irak, sobre todo antes de que los inspectores de la ONU hayan finalizado su labor, está muy mal visto. La fe no puede reemplazar los hechos, y tampoco puede hacerlo un sentido histórico de misión. Puede que ambas cosas sean reconfortantes en lo personal -está claro que para Bush lo son-, pero no obvian la necesidad de saber.
Bush accedió al cargo siendo un hombre que sabía poco del mundo, que apenas había salido del país y que no conocía nada sobre la práctica de la política exterior y la diplomacia. Dos años después, tras los ataques del 11-S y su revelación como un autoproclamado "presidente de la guerra", sólo sabe que esta falta de conocimiento no es un inconveniente y que tal vez sea incluso una ventaja: que no necesita saber cosas para creer que tiene razón y para estar en paz consigo mismo. Bush ha redefinido su debilidad -su falta de conocimiento y experiencia- como su peculiar fortaleza. Cree que tiene razón. Es una cuestión de generaciones, destino y libertad: "Nos ha correspondido hacer frente a una seria amenaza para la paz". Para Bush, fe, convicción y una sentida idea del destino -y no los hechos o el conocimiento- son las verdaderas necesidades del liderazgo.
Así que Bush se siente seguro, seguro de que obtendrá la segunda resolución y, por consiguiente, la legitimidad internacional; seguro porque está "desarrollando un paquete de ayuda humanitaria muy fuerte", porque "hay buenas bases para un futuro mejor" en un "Irak posterior a Sadam". De hecho, por supuesto, en el mismo momento en que dice todo esto al presidente español en Crawford, Texas, la planificación de posguerra en Washington es un caos, y consiste en poco más que confusión y una salvaje guerra de destrucción recíproca entre los departamentos de Defensa y Estado.
El plan de gobierno en "el Irak posterior a Sadam" no existe, ya que todo debate sobre él se ha visto paralizado por una agria disputa entre dirigentes del Pentágono, el Departamento de Estado y la CIA que el presidente nunca resolverá. La "sociedad civil" iraquí que, según dice a Aznar, es "relativamente fuerte", pronto será diezmada por el saqueo y el caos prolongado que sigue a la entrada de las tropas estadounidenses en Bagdad. La "buena burocracia" de la que presume en Irak pronto quedará destruida por una desbaazificación ordenada por el procónsul estadounidense que, casi con total seguridad, Bush nunca aprobó. El Ejército iraquí que, según decide a principios de marzo, será retenido y utilizado para la reconstrucción, en realidad será disuelto imperiosamente, con unas consecuencias catastróficas.
Optimismo
Si estas desviaciones radicales del plan elegido por el presidente han apagado su optimismo y su fe -o le han llevado a tratar de descubrir qué ocurrió- no hay prueba de ello. Cuando el último biógrafo de Bush, Robert Draper, le preguntó por qué el Ejército iraquí no se había mantenido intacto, como el presidente había decidido, Bush respondió: "Sí, no me acuerdo. Estoy seguro de que dije: 'Ésta es la política. ¿Qué ha ocurrido?".
"Ésta es la política. ¿Qué ha ocurrido?". Como subtítulo para una historia de la guerra en Irak desde luego podría ser peor. El presidente Aznar se ha ido, mortalmente debilitado por su apoyo a la guerra en Irak y la incapacidad para lograr el apoyo de Naciones Unidas a la misma; casi exactamente un año después de que estallara la guerra, los yihadistas atacaron la estación de trenes de Madrid, acabaron con la vida de casi 200 españoles y provocaron la derrota electoral del presidente. Tony Blair, la estrella del Memorando de Downing Street, también se ha marchado, y su popularidad nunca se recuperó de su respaldo incondicional a la guerra.
Bush, casi cinco años después de iniciar la guerra, sigue convencido de la victoria, como también lo estaba de que obtendría esa segunda resolución de la ONU. No existe ningún indicio de que su confianza ahora esté más enraizada en la realidad de lo que lo estaba entonces. En lugar de realidad tenemos fe; en sí mismo, en la deidad y en "el poder incontenible de la libertad". Bush es el protagonista de su propia narración de la historia, una historia cada vez más burda y refutada, animada únicamente por la autoridad del poder oficial. George W. Bush sigue estando, nos dicen, "en paz consigo mismo".
Traducción de News Clips.